Desde la precordillera del Biobío, dos jóvenes relatan cómo, a través de la agricultura y apoyados por INDAP, encontraron un medio de vida en las mismas tierras que alguna vez pensaron abandonar.
El campo chileno enfrenta desafíos que van desde el envejecimiento de la población hasta la adaptación a los efectos del cambio climático. En ello, los denominados jóvenes rurales, agricultores entre 18 y 40 años, están tomando protagonismo. Janina Burgos (33) y Fernando Escobar (28) son parte de ese grupo que, desafiando las tendencias urbanizadoras, desde la región del Biobío están demostrando el potencial que tienen las nuevas generaciones para revitalizar el sector agrícola.
Al igual que muchos jóvenes, Janina pensó en la posibilidad de encontrar mejores oportunidades de vida en la ciudad. Con esa idea se instaló en Los Ángeles en 2019, aunque solo por seis meses. Allí, el ajetreo de la capital de la provincia de Biobío no hizo otra cosa que avivar sus deseos de viajar 40 minutos de regreso a su natal Santa Bárbara.
Aunque por su familia siempre conoció lo que era trabajar la tierra, a partir de ese momento “empecé a dedicarme de lleno y de forma más seria a la agricultura, a tomar decisiones al respecto”, cuenta la agricultora desde su invernadero, rodeada de lechugas, tomates, acelgas, cilantro y perejil. Un paisaje que se completa con cultivos al aire libre y praderas de especies forrajeras.
A unos 40 kilómetros de distancia, desde el sector Hijuelas Canteras en la comuna de Quilleco, Fernando relata una experiencia similar. En su caso fue la irrupción del Covid-19 lo que lo llevó a reconsiderar su decisión. "El switch de la pandemia me cambió y decidí quedarme, producir en el campo y salir adelante", afirma el joven rural.
Lo que comenzó con un modesto invernadero y algunos plantines ahora lleva el nombre de Agrícola Alhuelemu, emprendimiento de este hortalicero donde “durante la temporada se producen más de 35 variedades de hortalizas” que van desde sandías y zapallos hasta porotos, maíz y frutillas.
En los cinco años que llevan cultivando la tierra, Janina y Fernando no solo han cosechado alimentos, también logros. En la actualidad ella comercializa sus productos entre vecinos y ferias comunales, mientras que él, además, realiza entregas en algunos negocios de Los Ángeles.
Del semillero a la tierra
En un principio, ambos se vieron enfrentados a una producción limitada por falta de apoyo técnico y recursos, situación que cambió cuando se acreditaron como usuarios del Instituto de Desarrollo Agropecuario (INDAP), servicio dependiente del Ministerio de Agricultura.
"Con ellos saqué mi primer invernadero”, recuerda Janina, aludiendo a uno de los beneficios obtenidos a través del Programa de Desarrollo Territorial Indígena (PDTI), herramienta de INDAP que combina asesoría técnica con inversiones. “Cuando una llega al campo y no sabe cómo hacer los proyectos, anda tocando puertas y nadie le dice las cosas correctas. En cambio, los técnicos del PDTI se manejan y te dicen ‘ya, hay que hacer esto’”, destaca la agricultora sobre el equipo que también le enseñó a manejar plagas.
Fernando concuerda con su colega y lamenta que “muchas veces por ser joven no te toman en consideración, no te aseguran productos cuando tú quieres comprar o no te dan buenos precios”. Para él, la asesoría llegó de la mano del Programa de Desarrollo Local (Prodesal), cuyo equipo profundizó sus conocimientos y lo asistió en la formulación de proyectos, como el de riego tecnificado con panel fotovoltaico que hoy aprovecha en su predio y que fue financiado con recursos del Programa de Riego de INDAP.
“Janina y Fernando son parte de los 2.735 jóvenes rurales acreditados en INDAP Biobío, quienes representan el 15% del total de campesinos atendidos por la institución en la zona”, contextualiza la directora regional de la institución, Fabiola Lara, quien detalló algunos avances impulsados por el Presidente Gabriel Boric por atender las necesidades de este grupo.
Entre las medidas adoptadas por el gobierno destaca la ampliación del rango etario de los usuarios denominados jóvenes rurales, cuyo tope pasó de 35 a 40 años. Esto posibilitó que más agricultores pudieran optar a iniciativas focalizadas por INDAP para ese segmento, como el llamado especial del Programa de Inversiones (PDI). Sin embargo, transformaciones más profundas vendrán de la mano de la Política Nacional de Juventudes Rurales que está trabajando la institución, en conjunto con la Oficina de Estudios y Políticas Agrarias (ODEPA), el Instituto Nacional de la Juventud (INJUV) y la Subsecretaría de Agricultura.
De momento, a nivel regional Lara adelantó que “estamos avanzando en la conformación de una Mesa Regional de Jóvenes Rurales para trabajar conjuntamente sobre las necesidades que ellos perciben como prioritarias”, tales como innovación y comercialización.
Producir más con menos
Poco a poco los productos de Janina y Fernando han ganado su lugar en la mesa de las personas. Pero que prefieran sus hortalizas no es azar, sino el resultado de una convicción que ambos comparten: la agroecología. A través de este enfoque resaltan su preferencia por prácticas agrícolas sostenibles que respetan tanto a la tierra como a los consumidores.
“Yo estaba optando por la agricultura tradicional, pero viendo videos en YouTube me aparece algo de agricultura regenerativa y lo empiezo a estudiar”, recuerda Fernando. “Aquí está mi horizonte, aquí es donde tengo que estar”, se dijo a sí mismo en aquella ocasión, motivado por la oportunidad de mejorar lo que se ha hecho antes en este rubro.
La producción de abono orgánico es solo una de las prácticas agroecológicas que emplea en su predio. Este fertilizante natural lo obtiene en forma de humus de lombriz, mediante el compostaje de sus desechos y los que recolecta de sus vecinos. También acomoda corredores biológicos para el control de plagas y aplica mulch, una capa de materia orgánica que protege y aporta nutrientes a los cultivos. De esta forma se asegura de entregar un producto sano y “dejar al cliente feliz”, dice.
El cuidado de los recursos naturales es la piedra angular de la agroecología y Janina lo tiene muy claro: sin agua no hay agricultura. Cuando no se le encuentra en su invernadero, está en reuniones gestionando mejoras para la comunidad indígena que preside hace tres años, Pehuen Mapu. La organización agrupa a 20 familias compuestas principalmente por mujeres jóvenes, como ella.
Desde su rol de dirigenta destaca que “ya hemos ganado tres años seguidos proyectos de revestimiento de canales”, iniciativas financiadas por la Comisión Nacional de Riego (CNR) y la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena (CONADI). Con esto, explica, optimizaron tiempos y superficie. “Antes demoraba una hora en llegar el agua y ahora 10 a 15 minutos, así que tenemos más tiempo para regar. Y la que tenía menos agua regaba media hectárea, en cambio ahora hectárea y media”, reluce Janina.
El respeto por los ciclos de la naturaleza está arraigado en la cosmovisión indígena de la agricultora y su comunidad, concepción que también se refleja en el apego a los saberes locales ancestrales. “Hacemos resguardo de semillas e intercambios”, sostiene Janina. Así preservan variedades nativas y, a su vez, promueven la soberanía y diversidad agroalimentaria del territorio.
Rebrotar
A pesar de los desafíos que enfrenta el sector agrícola, como las inclemencias del clima y las dificultades inherentes a la vida rural, Janina y Fernando se mantienen firmes en su convicción de que el campo es el lugar donde quieren estar. "De repente uno se desmotiva, pero después ya vuelve a sembrar de nuevo, y cuando uno empieza a cosechar vuelve toda la motivación", expresa ella.
Por estos días sus esfuerzos están en terminar la construcción de un nuevo invernadero, que “es lo más grande que he podido tener aquí porque es de 9 por 24metros", dice emocionada sobre esta infraestructura que le permitirá aumentar su producción y asegurar un flujo constante para venta.
Por su lado, Fernando está enfocado en captar nuevos clientes. “Desde una comuna precordillerana poder llegar a Concepción con mis productos es una gran proyección que tengo”, puntualiza. También apunta a proveer restaurantes de su provincia, generar redes de comercialización de mercados campesinos y explorar el modelo de asociatividad y cooperativismo.
En un país donde la migración de jóvenes a las ciudades es tendencia, las historias de Janina y Fernando son un recordatorio de que, con el apoyo adecuado y una visión clara, el campo puede ofrecer oportunidades tan provechosas como las que se encuentran en las urbes. “La agricultura es una linda aventura donde el cuerpo sufre, pero la mente descansa”, sostiene Fernando.